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Tristeza. Sin ganas de vivir.

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Cuando experimentamos una perdida sentimos tristeza, una de las 5 emociones básicas. Esto tiene una función adaptativa, nos ayuda a superar la pérdida. Esta pérdida puede ser duradera (como una muerte de alguien importante para nosotros) o temporal (ruina, divorcio, mudanza…). Pero hay veces que por falta de recursos, el proceso de duelo (de eso que perdimos) se bloquea en alguno de los escalones y se cronifica. Esto es lo que llamamos «duelo bloqueado».  Así que esta emoción queda como suspendida en el tiempo, atravesando incluso generaciones como un virus.

Si ha ocurrido algo trágico o triste en la familia, al venir un nuevo integrante a dicha familia, es como si se conformase dentro de ese dolor, de modo que no conoce otra forma de estar en la vida  y esta manera de mirar y sentir forma parte de su estructura.

El cuerpo y la psique almacenan información desde la misma concepción, durante la gestación, durante el parto y en los primeros años en los que se producen las primeras improntas. Los órganos y tejidos muestran anclajes de la experiencia vital de la persona. Los neurotransmisores y hormonas vierten su bioquímica haciendo recurrente el estado emocional improntado. El estado de tristeza es una propuesta para revisar esos primeros momentos.

Al comenzar a vivir desde el paradigma de la tristeza, la vamos atrayendo en nuestro camino y reimprontandola todavía más.  La vida se tinta de ese color donde quiera que vaya.

Con el acompañamiento, buceamos en el pasado familiar para encontrar los momentos cruciales que quedaron anclados en el subconsciente y que hoy sigue viviendo en mi presente impidiéndome disfrutar de la vida. Al darnos cuenta que nuestra tristeza no es nuestra podemos terminar de hacer ese duelo se abre ante nosotros otra oportunidad para elegir.

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